Hay corazas de todo tipo, tamaño y condición. Hay corazas que saltan a la
vista y hay otras invisibles a los ojos. Hay corazas que las creas poco a poco,
sin ser consciente de que lo serán, y no importa cuánto tiempo pases en ello,
siempre te parece poco, y sigues un poquito más.
Hay corazas hechas de carne y piel. Porque piensas, ilusa, que así no podrán
acercarse lo suficiente y todo resbalará, nada será capaz de atravesarla. La
vida será liviana y fácil. Quizás ames menos pero acabará esa sensación de que
cada persona que pase dejará la herida y marchará.
Ha pasado tiempo, mucho, con una coraza gruesa, muy gruesa, hecha de muchos
kilos “de sobra” que durante tiempo creí que me protegían de más desengaños y
abandonos. Craso error. No lo han hecho.
Los he sufrido, luchaba con ellos, supongo que porque una pequeña llama dentro
de mí recordaba que eran algo extra y no me pertenecían. Pero me equivocaba. Ya
eran una parte de mí y la vida acaba de ponerme en mi sitio, de recordarme que
con ellos o sin ellos, el problema soy yo.
Excesivamente sensible, demasiado crédula, y demasiado directa. Todo en
exceso, como los kilos de la coraza que me puse, pensando que así no se
acercarían, permanecería escondida. Me equivoqué. Los excesos y la sinceridad a
bocajarro asustan.
Una lección más. El problema es que el abismo de no saber qué hacer o
dónde posicionarte, es grande.
Tendré que calzarme zapatos nuevos, una coraza diferente y pintarla de otro
color para volver a sentirme segura, y volver a medir lo que muestro. Vida,
caprichosa y corta vida.
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