3 de noviembre de 2015

Quizá mañana.



Porque aún puede cerrar los ojos y sentir sus labios.
Porque todavía se eriza su piel al recordar aquellos orgasmos.
Porque el cielo gris afuera parece haberse colado hasta su alma y amenaza tormenta.
Porque sí, porque no puede evitarlo; las primeras lágrimas se derraman por sus sienes mientras un suspiro la deja sin aire.
Aprieta los ojos. Se recuerda una vez más que todo es pasajero y esto no iba a ser una excepción. ¡Maldito cabrón!... Se le escapa, una vez más. Si no doliera tanto…
Si no doliera tanto, quizás podría respirar mejor en vez de boquear como un pescado en la orilla.
Si no doliera tanto, quizás podría decidirse a continuar, como si no pasara nada, de cara a la galería.
Lleva encerrada varios días, sumergida en el maremágnum de sentimientos que provocó el adiós. Tan descolocada que ha perdido la noción del tiempo, dejando su cuerpo a la deriva sin horarios de comida o vigilia.
La ausencia de abrazos, de su piel a mano, eso es lo que impide dar el paso, el primero, el único necesario para poder seguir sin él. Y deja pasar otro minuto, otra hora, otro día más; sin hacer nada más que dejarse llevar por la tristeza. Mañana, quizá mañana se decida.