Me siento saturada de
estímulos, de querer hacerle sentir a mi piel todo eso que veo a diario: ese
sexo, esas caricias, esos gemidos propios y extraños que llenen la habitación y
nos digan cuánto estamos gozando.
Porque en este momento de mi
vida he decidido que lo pruebo, que me pruebo, y veo hasta dónde quiero llegar.
Y la puesta en práctica me ha demostrado que no es oro, ni siquiera cobre, todo
aquello que yo me había imaginado o anhelaba. ¿Esperaba demasiado? Es cierto
que las expectativas no son buenas, pero no es menos cierto que en este camino
olvidé algo.
Pensé que ponía toda la carne
en el asador, porque no sé darme de otra manera, pero me he dado cuenta de que
lo hacía en el sexo, y con sexo. Olvidé que la piel siente, que todo está
conectado, y no podría librarme de sentir.
Cómo se siente.
Cuánto se siente.
Porque el camino comenzado no
se abandona, tan sólo hacemos un alto para retomar impresiones. Se impone
hablar cara a cara con la piel, escucharla, y si insiste, hacerlo también con
el corazón. El camino iniciado no se abandona porque es vital, es la búsqueda
de ese yo que quizás nunca te atreviste a escuchar o no te dejaron, ¿qué más da?
Calma, sólo necesito calma, y
confiar. Sólo eso nos suele hacer falta.
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